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21 de noviembre
LA JORNADA PRO ORANTIBUS

Por: Hno. Wilber Mendoza, cmsj

En la Iglesia, Cuerpo de Cristo y en concreto en la vida religiosa consagrada existen miembros que visible y palpablemente anuncian del Evangelio a todos los pueblos, bautizándolos y haciéndoles discípulos del Señor. En este mismo cuerpo existen también miembros invisibles: los contemplativos, monjes y monjas que son como los órganos interiores que escondidos en Dios detrás de altos muros, o en lugares aislados en medio del campo, cooperan con la extensión del reino de Dios. 

En este sentido el primer obispo diocesano de San Juan Bautista, Mons. Ramón P. Bogarín, quien guardaba una gran estima por esta vocación y había fundado un monasterio de clarisas en la capital misionera decía: “mientras nosotros andamos corriendo en las tareas y necesidades pastorales, es muy necesario que otros doblen las rodillas por nosotros”

El Concilio Vaticano II nos recuerda que los monjes y monjas se dedican solamente a Dios en la soledad y silencio, en la oración asidua y generosa penitencia, y ocupan siempre, aun cuando apremien las necesidades de un apostolado activo, un lugar importante en el Cuerpo Místico de Cristo,(…) En efecto, ofrecen a Dios un eximio sacrificio de alabanza, ilustran al Pueblo de Dios con frutos inagotables de santidad y le edifican con su ejemplo e incluso contribuyen a su desarrollo con una misteriosa fecundidad.(PC7).

Considerados también como portadores de la cruz, los monjes y monjas, se han comprometido a ser portadores del Espíritu, llamados a fecundar secretamente la historia con la alabanza y la intercesión continua, con los consejos ascéticos y las obras de caridad (cf. VC6).