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Pastoral Litúrgica
No muero, entro en la vida (Parte 2)

Por: Pbro. Augusto Salcedo

Frente a esta realidad cristiana de la muerte, es llamativo cómo en nuestra cultura occidental ha despertado con mucha fuerza la llamada fiesta de Halloween, que originalmente celebraba las vísperas de la Solemnidad de Todos los Santos, pero que actualmente es portadora de un mensaje muy oscuro sobre la muerte, vinculándola a lo demoníaco, a lo monstruoso, a aquello que no tiene relación alguna con Dios.

La muerte del Halloween es una muerte que no trasciende… Como si fuera que el hombre queda atrapado en un callejón sin salida y no le queda más que resignarse. Se resigna disfrazándose, casi burlándose de la muerte que lo atrapará tarde o temprano. Frente a esto, en algunas comunidades católicas también ha despertado una respuesta por contrapartida: la Solemnidad de Todos los Santos es celebrada en comunidad con llamativas propuestas como disfraces de santos y santas de la Iglesia, con exposiciones sobre sus vidas y teatralizaciones… Haciendo un juego de palabras con el Halloween, a esta propuesta se le llama Holywins, “la santidad vence”, traducido al castellano. Se trata de una novedosa manera catequética de alcanzar a los niños, a los jóvenes y a los fieles en general, otra mirada sobre la santidad como un llamado a todos para esta vida que nos puede conducir a enlazar con la muerte cristiana: los santos murieron en el Señor, se durmieron en Él amando y soñando ayudar a todos a gustar del Amor eterno en Dios. Son éstos los hermanos exaltados por el Espíritu en el libro del Apocalipsis: «¡Felices los que mueren en el Señor! Que descansen de sus fatigas, porque sus obras los acompañan» (Ap 14,13).

Los santos vivieron en la alegría plena, fruto del Espíritu Santo; vivieron alegremente entregados por los demás y murieron felizmente en el Señor. Celebrar la Santidad es celebrar la presencia de Dios, la entrega del Hijo, el rocío del Espíritu, en la vida de tantos hombres y mujeres a lo largo de la historia. Santidad que no pierde su vigencia, sino que dinámicamente sigue invitando a todos a esta experiencia única, que en definitiva es experiencia de Amor verdadero. Los santos y todos los cristianos, porque es propio de nuestra Fe, estamos llamados a vivir en esta Alegría ¡pascual!: Cristo ha vencido a la muerte, ¡alégrense! Así, la muerte ya no es un callejón sin salida: se abre a la alegre eternidad del Cielo.

Cada año, en torno al día 2 de noviembre, es inevitable recordar a aquellos seres queridos, amigos y hermanos que amamos, que compartieron la vida con nosotros en este mundo y ya no están físicamente presentes. La Conmemoración de los Fieles Difuntos es una ocasión favorable para meditar sobre la muerte cristiana, por medio de la oración por nuestros difuntos en la visita al cementerio o en la celebración de la misa. También dejándonos iluminar por el Santo Espíritu con la Palabra de Dios, leyendo y meditando algunos pasajes bíblicos como la resurrección del hijo de la viuda de Naím (Lc 7,11-17) o la de Lázaro, amigo de Jesús (Jn 11,1-45), o el anuncio alegre de la Resurrección del Señor a las mujeres y a los discípulos… «La Iglesia nos anima a prepararnos para la hora de nuestra muerte (“De la muerte repentina e imprevista, líbranos Señor”: reza la Letanías de los santos), a pedir a la Madre de Dios que interceda por nosotros “en la hora de nuestra muerte” (se ruega en el Avemaría), y a confiarnos a San José, patrono de la buena muerte» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1014).