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Por: Diác. José Miguel Villaverde, SSP

“Nos hiciste para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”, nos enseña san Agustín de Hipona, un eterno buscador de Dios, cuya conversión de vida es un consuelo para nosotros, que a veces andamos a tientas queriendo enmendarnos y hacer bien las cosas. 

Agustín fue un hombre en búsqueda constante de Dios, de una felicidad que no termina, que no se echa a perder. Lo buscó de diversos modos, incluso sin saberlo en sus años juveniles, hasta que reconoció que aquella dicha, “Hermosura tan nueva y tan antigua”, no estaba lejos de él. Desde entonces vivió para Dios y ha ayudado a los cristianos de todos los tiempos en sus búsquedas de eternidad. 

Ese camino de búsqueda de Dios, tan único, es el camino que, hoy mismo venimos haciendo, pues la nostalgia de Dios, el deseo de vivir en él subsiste más allá de nosotros mismos y está tan dentro de nosotros, que resulta imposible de evitar. Es el deseo de Dios que él mismo puso en nosotros, ¡Bendito sea Dios que siempre toma la iniciativa en el amor! 

¿Y esto qué tiene que ver con el camino diario? Estamos siempre en búsqueda de la felicidad, aunque muchas veces nos quedamos en lo efímero, y para eso adquirimos, regalamos, corremos tras lo deseado, buscamos conquistar lo que anhelamos. Aquella fuerza motivadora es la que nos puede impulsar a obrar el bien o a pisotear a los otros para conseguir el propio beneficio. Así las cosas, viene nuevamente san Agustín a recordarnos que somos siempre buscadores de lo verdaderamente esencial, ¡hay que abrir los ojos! Y nos iremos encontrando con “El Esencial” en la medida que reconozcamos su rostro en los diversos rostros de los hermanos, que en estos tiempos están a la puerta llamando, aguardando una mano amiga, una oración.