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Reflexiones dominicales
Él es el Pan de la Vida

Por: P. Denis Báez Romero, SDB

 

Queridos amigos: Seguimos escuchando la explicación de la multiplicación de los panes. Seguimos nutriéndonos del cuerpo y de la sangre de Cristo, que celebra la Eucaristía. Los hebreos comieron, en el desierto, un pan precioso. Nosotros ahora comemos un pan maravilloso, que nos da vida eterna.

Jesús decía a la gente: “Yo soy el pan de Vida”. La gente escucha esta afirmación de parte de Jesús y comienza a murmurar. Así como los Israelitas en el pasado murmuraban en el desierto contra Moisés, así se repite en el caso de Jesús: le critican, dicen que le conocen a su familia, dicen que saben de dónde viene, saben que es el hijo de José, niegan su origen divino. Mientras tanto, Él no discute, sino que afirma que ha bajado del cielo. Solo el que viene del Padre conoce a Dios; Él se presenta como la Palabra hecha carne.

Esta Palabra hecha carne tiene una íntima relación con el Padre: existe entre ambos cercanía e intimidad. Dios nos da su Palabra para que nosotros nos alimentemos de Él. Nutrirnos de su Hijo es aceptar la persona de Jesús, el pan bajado del cielo que el Padre nos da. Nos toca a nosotros aceptar al Hijo, escuchar su palabra, creer en Él y nutrirnos interiormente de su persona.

Los hebreos, al recorrer el camino del desierto, se alimentaron del maná. A nosotros, como cristianos, nos toca hacer el camino del desierto de nuestras vidas. Y Jesús sigue alimentándonos con el Pan de Vida, que es Él mismo. Estamos invitados a nutrirnos de ese pan, para tener energía y no desfallecer por el camino. El pan, que es nuestra Eucaristía, nos ayuda a acogerle, a creer en Él, a comer de su persona para estar en comunión con Dios.

 

Para vivir una vida cristiana auténtica y profunda
Como cristianos, perseverando en la fe, estamos llamados a recorrer nuestro camino, como los hebreos detrás del pan, buscando el rostro de Cristo. Jesús denuncia la incredulidad de los judíos. ¿Somos capaces de acoger a Jesús sin murmurar? Dios nos atrae a sí; ¿estamos abiertos, somos dóciles a la acción del Espíritu? ¿Dejamos obrar al Padre en nosotros, para que Él transforme nuestro corazón?