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Pastoral Litúrgica
El Ordinario de la Misa (Parte 2)

Por: Pbro. Augusto Salcedo

Continuamos con nuestra reflexión sobre las partes de la Misa...

Ofertorio: Al presentar el pan y el vino en el altar, el sacerdote presidente invita a todos los fieles reunidos a unirse en el Ofrecimiento de toda la Iglesia en el sacrificio eucarístico (banquete pascual y memorial de Cristo). En el Ordinario de la Misa hay 3 tipos de estas moniciones.

El Rito de la Paz: Es otro momento expresivo de la celebración, donde todos los fieles reunidos celebramos la Paz de Cristo (Paz pascual) y nos la comunicamos por medio de un gesto (un beso, un apretón de manos, un abrazo). El Misal trae varias mociones por las que el sacerdote indica ese momento a los fieles. Importante es recordar que se trata de un signo, preciso y concreto, que no debe dispersarnos y que en nada se asemeja al saludo “callejero”.

Bendición, envío y despedida: Así concluye la celebración eucarística. Somos enviados a anunciar con la vida misma que Cristo está en medio nuestro, vivo y resucitado; “para que cada uno regrese a sus honestos quehaceres alabando y bendiciendo a Dios”. ¡Cristo Resucitado es nuestra Esperanza! Recibimos la bendición: inclinados, con una actitud agradecida y gozosa, sin prisas y con la debida reverencia.

El beso al Altar: Al iniciar la celebración, el beso es el gesto que acompaña la llegada del sacerdote al altar. Luego de una inclinación profunda (de cuerpo) hacia el altar, el sacerdote lo besa (y también hacen los mismos otros sacerdotes concelebrantes y diáconos, si los hubiera). Es un gesto expresivo: el sacerdote es quien preside la asamblea de fieles reunidos para celebrar la Eucarística, que es la Oración por excelencia de toda la Iglesia (plegaria unánime, memorial de la Pascua de Cristo). Toda la asamblea, en la persona del sacerdote (Presencia de Cristo en el ministro ordenado que celebra), besa a Cristo que está significativamente representado en la mesa del altar. El beso expresa adoración y veneración. El altar «es» Cristo: en la mesa de la Última Cena cuando se da como alimento en el pan y en el vino (banquete pascual), y también al mismo tiempo representa a Cristo en la Cruz donde entrega su Cuerpo y derrama su Sangre (sacrificio eucarístico).

La Fracción del Pan: No es un mero gesto práctico, sino simbólico[1]. Es el gesto realizado por Cristo en la Última Cena y que en los tiempos apostólicos (primeros siglos cristianos) fue el gesto que sirvió para denominar la celebración eucarística. La «Fractio Panis» significa que los fieles, siendo muchos, en la comunión de un solo Pan de Vida –que es Cristo muerto y resucitado para la vida del mundo– se hacen un solo Cuerpo. Se pueden determinar dos sentidos: sacrificial y fraterno. El sentido sacrificial indica que Cristo es Pan roto e inmolado, que se entrega en sacrificio para el perdón de los pecados, por nuestra salvación; esto queda significado en el canto del «Cordero de Dios». El sentido de fraternidad está indicado en la unidad de todos en un solo Pan, que se distribuye entre hermanos; y sigue la línea del Padrenuestro y del gesto de la Paz. El gesto de la Fracción del Pan tiene por lo tanto una significación simbólica: la debe hacer sólo el sacerdote, en lo posible con un único Pan consagrado, con expresividad y visibilidad, mientras el pueblo canta al Cordero de Dios.

El Amén: Es la aclamación con la que el pueblo de Dios responde a las Oraciones. Expresa el «Hágase» (Fiat) a la plegaria unánime que todos dirigimos a Dios en la celebración litúrgica. Particular e importante es el Amén que dice la asamblea creyente al finalizar la Plegaria Eucarística, con la doxología que expresa la glorificación de Dios: «Por Cristo, con Él y en Él, a Ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén». Los fieles concluyen y confirman esta Plegaria de acción de gracias y de consagración, centro y cumbre de toda la celebración, con el Amén.

 

Sursum corda!

¡Levantemos el corazón!

 

[1]“La naturaleza del signo exige que la materia de la celebración eucarística aparezca verdaderamente como alimento. Conviene, pues, que el pan eucarístico, aunque sea ácimo y elaborado en la forma tradicional, se haga de tal forma, que el sacerdote en la Misa celebrada con pueblo, pueda realmente partir la Hostia en varias partes y distribuirlas, por lo menos a algunos fieles. Sin embargo, de ningún modo se excluyen las hostias pequeñas, cuando lo exija el número de los que van a recibir la Sagrada Comunión y otras razones pastorales” (Ordenación General del Misal Romano, n.321). 

 

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El Pbro. Augusto Salcedo es sacerdote de la Arquidiócesis de Tucumán, Argentina. En la actualidad, lleva a cabo la Licenciatura en Teología Litúrgica, en la Universidad de San Dámaso de España.