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Pastoral Litúrgica
La "Vacuna" de la esperanza

Por: Pbro. Augusto Salcedo

 

En muchos lugares del mundo, el comienzo del tiempo del Adviento ha coincidido con la especulación fáctica de los laboratorios de haber obtenido una vacuna contra el coronavirus. Gran parte de la humanidad aún se ve sumida en una pandemia que no conoce límites ni fronteras, que ha obligado a cambiar nuestra rutina diaria y, tristemente, ha dejado a muchos sin vida, sin trabajo, sin futuro ni esperanzas.

El Adviento viene a ser, en este contexto, una suerte de remedio para aliviar nuestro cansancio o desazón por la potencialidad de un virus que a todos atormenta. Este nuevo tiempo litúrgico no se nos presenta vacío ni mucho menos como la antesala material a las Fiestas de Navidad… El Adviento contiene en sí toda una fuerza de esperanza que va significada en la ritualidad de las celebraciones dominicales, por la Palabra de Dios y sus motivaciones, y que también se caracteriza por ubicarnos en un espacio diferente, de cara al Señor que viene.

El Adviento viene con su vacuna, su remedio de esperanza, que excede cualquier especulación humana y científica, porque tiene su fuerza en Dios… En un mundo cada vez más abstraído de religiosidad y trascendencia, en la esperanza de los trabajos en diferentes laboratorios junto al trabajo en equipo y mancomunado de especialistas, subyace algo muy propio del Adviento: Esperar, con una esperanza activa y dinámica, porque la liberación pronto vendrá.

Aun cuando cada realidad tenga sus diferencias, en definitiva, la ciencia se abre esperanzada a una experiencia vital que va más allá de la pura casualidad y de lo fortuito de los acontecimientos de este mundo material.

Cada uno, en su vida, y cada comunidad, según su particular realidad, deben dejarse anunciar un nuevo Adviento en el marco de esta pandemia que hizo del 2020 un año tan diferente como inolvidable. Al Señor que viene vayamos nosotros a encontrarlo con confianza, sujetando aquellos proyectos que quedaron en el camino, pero abriéndonos a una novedad que no nos deja indiferentes. «El mismo Señor que se nos mostrará entonces lleno de gloria viene ahora a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe y por el amor demos testimonio de la esperanza dichosa de su Reino…», son las palabras que reza el celebrante en la Misa, según el III Prefacio de Adviento propuesto para esta primera parte del tiempo litúrgico que comenzamos.

No desmerezcamos el Adviento. Aceptemos confiados la potencialidad de este tiempo de gracia, de cambio, de espera… Que el miedo y la inseguridad por lo que pueda venir no le quite fuerza a la esperanza cristiana del Señor que vendrá, en un continuo presente, siempre luminoso, capaz de dispersar las densas nubes de oscuridad que sobre el mundo aun sobrevuelan.