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Lectura Orante
DOMINGO 22° durante el año

Por: P. Denis Báez Romero, SDB

 

Queridos hermanos, para este domingo, con toda la Iglesia meditamos con el Evangelio según San Mateo 16, 21-27

Invocación al Espíritu de Dios

Señor, haz que seamos profetas y seguidores de cada paso que das. Déjanos conocerte y ser parte de tu proyecto. No dejes que causemos tropiezos ni confusiones ante los demás y ayúdanos a equilibrar nuestra mentalidad con la tuya. Invítanos siempre a seguirte y aceptar las condiciones que implica. Que la maldad no genere indiferencias ni tentaciones y dejando a los demás a su suerte. Encomendamos nuestra vida en tus manos y gozar de tu presencia, descubrir los proyectos de vida que nos tienes preparado transformándonos y renovándonos nuestra identidad del ser cristiano.

Análisis de contenido

Queridos amigos: En el evangelio de estos domingos, estamos escuchando al líder de los discípulos, Pedro, quien profesa su fe en “Cristo, el Hijo de Dios viviente”. Por su parte, Pedro es alabado por Jesús, que lo llama “Bienaventurado”, porque el Padre le ha regalado la sabiduría para conocer al Maestro. Sin embargo, hoy escuchamos la continuación del relato, donde Jesús anuncia su pasión y las condiciones que requiere su seguimiento. A pesar de que haya profesado su fe en el Cristo, a Pedro aún le falta mucho para conocer al verdadero Mesías; por eso se opone al proyecto de Dios.

Después de la gloriosa profesión de fe de Pedro, a quien Jesús entrega las llaves y confía el papel fundamental de ser jefe de los apóstoles y animar a los demás compañeros, el Maestro prepara la fe de los discípulos para la crisis que sufrirán en la peregrinación hacia Jerusalén. Los verbos utilizados son: “ir, sufrir, morir, resucitar”. Notamos que el éxodo no concluye con el sufrimiento, sino con la resurrección.

En la marcha que Jesús está haciendo hacia la Ciudad Santa, Pedro interviene y, sin ser consciente de ello, se opone al plan de Dios, incluso llamándole la atención al Maestro: “¡Ni se te ocurra, Señor!”. En esta perspectiva, podríamos pensar en cuántas veces somos como “Pedros” en la vida de nuestras comunidades, y causamos tropiezos a las otras personas, e incluso generamos escándalo, al alejar a los demás de la presencia del Señor. Debemos tener los mismos sentimientos y pensamientos de Dios, adecuarnos a la mentalidad de Dios y no quedarnos solo en la mentalidad humana.

Por eso, es importante aprender a ser discípulos, caminar detrás del Maestro, para poder optar por un seguimiento que implique todo: “...venga en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”. Pero, como todo seguimiento, también este tiene sus condiciones: “tomar, perder, seguir”. Tomar la cruz no es lo mismo que cargar la cruz; implica encontrar el significado y dar sentido a la vida, vivir de acuerdo al proyecto que el Maestro, nuestro modelo, presenta, vivir en su plenitud. Jesús no quiere personas frustradas, sino personas realizadas y felices en su seguimiento.

Cada creyente tiene en la vida sus propias cruces. Nos encontramos ante realidades ambiguas, que desorientan a nuestra misma sociedad. Estamos insertos en una sociedad fragmentada y dividida, en la que, en nombre del bienestar, muchas veces también nosotros caemos en las redes del consumismo y del progreso económico, ignorando a los frágiles, y pretendiendo que ellos lleven la cruz que les estamos imponiendo. Fácilmente, esa mentalidad del mundo puede coincidir con la mentalidad del enemigo, el diablo.

En consecuencia, existen, según este texto, dos maneras de vivir la propia existencia: “Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, la encontrará”. Por una parte, está la pérdida de la vida: una vida sin sentido, sin rumbo, sin metas fijas, sin un proyecto, sin un horizonte, con un futuro pensado únicamente sobre sí mismo, sin implicar a los demás. Por otra parte, salvar la vida, que supone una confianza, una renuncia a sí mismo, una entrega a los demás, en un proyecto generoso, puesto en las manos de Dios.

Como discípulos cristianos, debemos dejar que la Palabra de Dios transforme nuestra mentalidad. Por eso, el Señor nos pide todo; incluso nos pide tomar nuestra cruz y seguirle con espíritu disponible. Nos pide cambiar nuestra mentalidad, sin poner piedras en el camino, ni adaptar nuestra forma de pensar a la del mundo. Dejemos que el Señor nos transforme, nos renueve y reviva en nosotros nuestra identidad más profunda: ser auténticos discípulos, con la vida y no solo con las palabras.