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Lectura Orante
DOMINGO 19° DURANTE EL AÑO

Por: P. Denis Báez Romero, SDB

 

Queridos hermanos, hoy rezamos con el Evangelio según San Mateo 14, 22-33

Invocamos al Señor, para que derrame sobre nosotros su Espíritu:

Padre nuestro, permítenos subir a tu barca y ser testigos contemplando y navegando tus caminos. Danos un itinerario a recorrer, siendo testimonios de fe y llevando el pan a las orillas. Que la oscuridad no sea una presencia temerosa e incierta y que seamos aquella luz que ilumine el sendero a seguir. Haznos ser partícipes de aquellas situaciones que tenemos ante nuestros ojos, de las necesidades de nuestros hermanos en donde está tu presencia. No dejes que nos soltemos de tu mano cuando nos sintamos hundidos y sin fuerzas. Sé nuestra fortaleza y refugio y tengamos los ojos fijos en ti.

Análisis de contenido

Luego de las multiplicaciones de los “panes y los peces”, Jesús obligó a sus discípulos a subir a la barca y pasar al otro lado, mientras él permanecía solo con Dios, en oración. Luego de una actividad pública con las multitudes, Jesús pasa a la actividad contemplativa. Entra en diálogo con su Padre y ambos se comunican los proyectos que irán desarrollando.

 

Estamos insertos en una sociedad bulliciosa y apartada de lo trascendente; los cristianos que estamos en la barca vivimos un itinerario, un camino de fe que cada uno está llamado a realizar personalmente, llevando el pan de la palabra a la otra orilla. Debemos desechar el miedo y la falta de coraje, para que podamos comprender verdaderamente al Hijo de Dios que viene a nuestro encuentro, a nuestra barca. No dejemos que él se aleje de nosotros; pidámosle su ayuda, para que siempre nos tienda su mano y calme las tempestades de la vida.

La oscuridad de la noche y la ausencia de Jesús en la barca hacen que muchas veces confundamos a Jesús con un “fantasma”, y que nuestras almas estén agitadas, con miedo; y entramos en crisis. Por eso, la presencia del Señor es fundamental: reconocerle a él es nuestra primera misión: “Soy yo”, nos dice también a nosotros, para que podamos entrar en comunión con él y tener la fuerza necesaria para ir hasta él.

Cada uno de nosotros está invitado por Jesús, al igual que Pedro, al “ven” que nos llama a su encuentro, a “bajar de la barca”, a sentir el agua fría y salada, a caminar por el mar caudaloso, por las tempestades que la sociedad provoca, a arriesgar nuestras vidas para acercarnos al encuentro del Maestro y a poder así fortalecer nuestra confianza y nuestra fe, aun en medio de las aguas tempestuosas. Cuando estemos a punto de hundirnos, intentemos seguir su invitación y caminar hacia él.

Al bajarnos de la barca y experimentar en nuestra propia piel la densa oscuridad de la noche y el miedo a hundirnos, debemos ser capaces de “subir nuevamente a la barca” con él, confiándole nuestra seguridad, venciendo nuestros miedos interiores y sabiendo apoyarnos en Jesús, que está ante nosotros, tendiéndonos su mano.

Para superar las dificultades que experimentamos, que nos hacen “sentir la fuerza del viento” que amenaza con “hundirnos” en las aguas impetuosas, debemos agarrarnos de la mano que nos sostiene, de la persona que nos motiva, a pesar de que dudamos de él: “hombre de poca fe”. Esta crisis nos permitirá reconocer los prodigios que él hace entre nosotros y agradecer las maravillas que él realiza al tendernos su mano tierna y compasiva.

Este episodio nos trae a la memoria la expresión que nos trae el autor de la carta a los Hebreos. Se trata de tener “los ojos fijos en Jesús” (Heb 12, 2). No dejar de fijar en el Señor nuestra mirada, sin prestar atención al viento que sopla a nuestro alrededor y a la tormenta que cae sobre nosotros. Que nuestro corazón no tenga miedo; que la Palabra de Dios ahuyente todo temor que pueda surgir. Porque la Palabra es su presencia entre nosotros.

 

Vivencia cotidiana

En nuestra vida cotidiana, en los momentos más importantes de nuestra vida, estamos invitados a vencer el miedo con la oración. Debemos ponernos delante del Padre, así como Jesús sube al monte a rezar. Nuestra oración debe ser sencilla, cercana, humana, y adecuarse siempre al proyecto del Padre. Intentemos ordenar nuestra vida, y leamos los signos que manifiestan la presencia de Dios en ella.