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Lectura Orante
DOMINGO 17° DURANTE EL AÑO

Por: P. Denis Báez Romero, SDB

 

Queridos hermanos, para este domingo rezamos con el Evangelio según San Mateo 13, 44-52

Invocamos juntos al Señor para nuestra lectura orante:

Dios mío, haz que podamos descubrir aquel tesoro escondido en cada uno de tus hijos. Infúndenos la sabiduría y el interés para descubrirlo y conocer lo valioso que es para nosotros. Que seamos dueños de nuestras vidas, discerniendo cada lugar para encontrar ese tesoro, que incluye el encuentro contigo. Llénanos de alegría y haz que perduremos en las cosas preciosas que nos das, apartándonos del pecado y siendo custodios de esas perlas preciosas que son tus dones.

 

Análisis de contenido

Queridos amigos: El evangelio que estamos escuchando en este día nos motiva con dos breves parábolas sobre “el Reino de los Cielos”. Comienza diciendo que es “semejante a”, comparándolo con un “tesoro escondido” y precioso, y con unas “perlas finas”: el Reino de Dios exige de nosotros un discernimiento para poder descubrir su valor y lo precioso que es para nosotros.

Cada persona está invitada a descubrir el tesoro escondido que lleva dentro de sí. El campo de búsqueda es nuestra vida; en ella encontraremos el Reino, si nos empeñamos en buscar. En este pasaje de las parábolas vemos que mucha gente sigue a Jesús, queriendo escuchar sus enseñanzas; pero la semilla de la Palabra que cayó en estas tierras no creció, porque los oyentes no reconocieron lo precioso del don recibido. Sin embargo, nosotros, como creyentes, seguimos buscando las huellas de Dios, porque hacemos experiencia de encuentro con Él; somos capaces de aprovechar su presencia, porque nos maravillamos por este tesoro que tenemos, y sabemos valorarlo.

El valor del tesoro no se puede imaginar. Todos los días caminamos por distintos lugares, y en nuestro interior sentimos el impulso que nos permite discernir el lugar adecuado para poder encontrarlo. Y cuando lo encontramos, nos adueñamos de él y lo escondemos, para luego comprar el campo, poseer el tesoro y nunca más dejar perder su presencia en nosotros. Ese lugar debe marcar el encuentro de nuestra primera experiencia con el Señor. Debemos comprar ese campo: únicamente así será nuestro el tesoro y seremos capaces de valorarlo.

Y esto trae consecuencias. Rescatamos algunos resultados del encuentro dinámico que hacemos con este tesoro, que es Jesús. El Reino se identifica con su persona y nos toca a nosotros intentar descubrirlo, encontrarlo. La persona que busca y encuentra lo hace con gran esfuerzo, dice el texto de ambas parábolas: queda llena de alegría cuando encuentra el tesoro y la perla, pero no se conforma con el simple hallazgo, sino que concreta además algunas acciones: vende, corre con alegría, compra la tierra, la hace suya... En una palabra, hace camino para no perder nunca más lo que ha descubierto, que es un signo de aquella fusión de lo “antiguo con lo nuevo” que Jesús anuncia como característica del Reino.

El encuentro con el tesoro verdadero que es Jesucristo produce en nosotros frutos de gozo, alegría, felicidad. Nos lleva a valorar el campo de nuestro corazón, a compartir la riqueza interior que poseemos, regalo del Maestro, a luchar por las cosas preciosas que hemos recibido; y nos ayuda a abandonar el pecado, que nos aparta del camino del Reino. Nos mueve a dejar de lado las vivencias superficiales y a extraer cosas nuevas de la profundidad de nuestro campo, que es nuestra vida.

Podemos sacar una enseñanza para nuestra vida cotidiana: en cada página de la Sagrada Escritura, de la Palabra de Dios, debemos descubrir ese tesoro. Debemos saber gustar de ella, aprender de ella y vender todo para poseerla. Debemos saber discernir bien el campo de acción, a fin de que nuestra red sea capaz de capturar “peces” para el Señor.

 

Vivencia cotidiana

La Palabra del Señor es fuente de vida para aquellas personas que la buscan. ¿Sabemos encontrar este tesoro y esta perla preciosa en la vida cotidiana? ¿Somos capaces de “vender” todo para poseer este campo, que es Jesús? Después de encontrar a Jesús, nuestro tesoro, ¿somos capaces de custodiarlo y ya no perderlo más?