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Año dedicado a la Palabra de Dios
LA PALABRA DE PABLO ES LA PALABRA DE CRISTO

Por: P. Fernando Teseyra, SSP

 

En junio tenemos ante nosotros la figura del apóstol san Pablo, el ícono y paradigma de todo evangelizador. Sobre todo, se trata de mirar los diferentes aspectos que marcan la personalidad de un hombre de Dios que trasuda la palabra, identificada con Cristo Palabra.

Sin duda, san Pablo es el apóstol de la palabra de Cristo. Su ministerio, luego de su conversión, se circunscribió fundamentalmente a la predicación del evangelio a los pueblos no judíos. La palabra de Pablo es buena noticia, encarnada con las categorías culturales de su época: el circo, los juegos olímpicos, las luchas de gladiadores, los caminos o vías de comunicación… Entonces, san Pablo es el discípulo de la palabra encarnada en una nueva cultura.

El apóstol de los gentiles, con su apertura de mente y corazón, tuvo que vencerse a sí mismo para poder dar el salto a este novedoso tipo de evangelización. Saúl, antes de ser Pablo, hizo un crecimiento interno desde la base que recibió en la tradición judía, que lo puso en contacto directo con la Ley o la palabra de Dios en la Biblia. Ese contacto tan estrecho entre persona y palabra escrita fue el fundamento de su opción por el fariseísmo, por la radicalidad de la fe en la que sobresalió sobre los demás de su época. El Saúl judío es el trampolín al Pablo cristiano, que no se desprendió de su unión con la palabra de vida, pero sí se desligó de la letra muerta.

Saúl-Pablo dejó todo por Cristo, para abrirse a una vida nueva. La Palabra viva lo habita, lo vacía de sí mismo y lo llena de Jesucristo. Este es el proceso transformador de Jesús en él, que es la continuación de la conversión de Damasco. El  martirio, o su identificación con la cruz de Cristo, es el punto culminante de aquel camino que comenzó en las periferias de Damasco. La palabra viva, antes que nada, lo habitó a Pablo.

Pablo misionero es el comunicador de esa palabra para que otros lleguen a la misma experiencia que él vivió. El Apóstol no fue un maestro al estilo de los filósofos que enseñaban su propia doctrina, sino que, vaciado de sí mismo, motivaba a interiorizar el mensaje de Cristo. Sus viajes, sus cartas, sus preocpaciones por las problemáticas de las comunidades tienen esa finalidad. Se trate de los gálatas o los romanos o los filipenses, Pablo ayudó a vivir el evangelio en su plenitud, para que la palabra de Cristo purifique lo que no es cristiano y haga crecer lo que coincide con el anuncio de la buena noticia. En ese sentido, la palabra anunciada es creadora de cultura, religión, pensamiento.

San Pablo llevaba en sí la palabra y abrió camino para que otros sigan esa dirección. Ese audaz trayecto apostólico y misionero resalta hoy ante nuestros ojos, para que la nueva evangelización o comunicación de la palabra reproduzca su espíritu en nostros, en una cultura occidental colapsada luego de la pandemia. Pablo prestó su palabra a Cristo Palabra y su palabra es la Palabra de Cristo.