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Meditaciones Pascuales
EMAÚS, HACIA UN NUEVO VIAJE

Por: P. Hugo Sosa, CM

 

El inicio de un nuevo viaje: ¡Epytamina orendive!(1) Lc 24, 1-53

El relato de los discípulos camino a Emaús, en el último capítulo del tercer sinóptico, es una invitación a emprender un nuevo camino, pero acompañados de Aquél es el “peregrino desconocido”, por eso, para emprender con él nuestros peregrinajes, digámosle: ¡Epytamina orendive! Con el corazón en llamas, gracias al amor de Jesús resucitado, sabemos que él camina con nosotros.

 

En camino. Volver a la rutina, defraudados

Este primer cuadro del relato (vv. 13-27) presenta a los dos discípulos que regresan a la rutina con el peso de sentirse defraudados. Encontramos aquí el motivo del camino (volver a lo de siempre) y lo que sucede caminando (aparece un peregrino desconocido). El desconocido camina con ellos y les permite expresar con palabras el dolor que traen: la muerte de Jesús, “profeta poderoso en palabras y obras”, las esperanzas que habían depositado en él y las dudas que han despertado las experiencias de las mujeres que fueron al sepulcro de madrugada. El peregrino desconocido les ayuda a “pasar en limpio” esa experiencia dolorosa, explicándoles las escrituras.

¿Cuántas veces en los caminos de la vida también nosotros marchamos defraudados, enojados con la vida, con las esperanzas rotas? Y el dolor puede ser tan grande que opaca la luz de cualquier compañero de camino, si bien nos escucha con paciencia y es capaz de explicarnos con ternura los procesos de la vida, muchas veces seguimos caminando y solo escuchamos el eco de nuestro dolor en las palabras de consuelo que él nos dirige, “explicándonos las escrituras”.

Este caminar desanimado tiene lugar en el primer día de la semana. Es el día en el que las mujeres acuden al sepulcro y encuentran la piedra movida (cf. 24,1.5) y dos hombres (con vestiduras resplandecientes) las interrogaron: “¿Por qué buscan al que está vivo entre los muertos?”

La situación de los dos discípulos en camino hacia Emaús se parece a aquella de las de las mujeres ante el sepulcro. No es posible recorrer ningún camino cuando está presente la muerte: ¡Ningún viaje es posible frente a una tumba! Y, sin embargo, he aquí la paradoja cristiana: en el momento en el que no hay más nada qué hacer, cuando no hay más camino de escape, es cuando sobre el camino se hace presente “alguien”. La tentación de la vida cristiana justamente es esta: buscar entre los muertos, en nuestras tumbas existenciales, en las tumbas de la historia, al “viviente. Pero al “viviente” se le encuentra en el camino.

La actitud de los dos discípulos que dejan Jerusalén es la de huida. Se alejan de la fuente, abandonan al mismo Jesús y a la comunidad. Su viaje es un “buscar en otra parte”, como si en otros lugares pudieran reavivar la esperanza. Buscan escaparse del pasado y de un presente sin futuro. Es también ésta nuestra actitud cuando nos visita el dolor, no somos capaces de aceptar y por lo tanto huimos de él por caminos que lo único que hacen es abrir aún más la herida.

En el v. 15 se nos cuenta que los discípulos iban discutiendo. Es como decir que la separación no era solamente de Jesús, de la comunidad que estaba en Jerusalén, sino que también había división entre ellos. Cuando discutimos en medio del dolor no nos escuchamos, simplemente es una piedra lanzada contra el otro, pero sin escuchar razones. En ese momento de ruptura, Jesús se acerca y los acompaña en el camino. Jesús se encuentra junto a ellos y camina con ellos. Jesús es el Dios que camina al paso del hombre para llevar al hombre a caminar al paso divino.

Pregunta el peregrino: “¿De qué cosas discutían por el camino?”. Se detienen con el rostro triste. Y uno de ellos responde: “¿Eres el único forastero en Jerusalén que no sabe las cosas que sucedieron allí en estos días?”. En realidad, Jesús no es en absoluto el forastero, más bien es aquel que está presente, ahora como antes. ¡Son ellos los forasteros que no saben reconocerlo! Pero no pueden reconocerlo porque llevan un dolor muy grande: el Jesús, poderoso en obras y palabras, ha sido apresado, condenado y crucificado. El obstáculo para creer es la esperanza rota y las expectativas traicionadas.

En los vv.25-27 el peregrino desconocido toma la palabra y dice: “Torpes y lentos de corazón para creer en todo aquello que han dicho los profetas” ¡Es en la Escritura que se reencuentra la esperanza! Es allí donde necesitamos encontrar la luz para leer lo nuevo que acontece. 

 

En el pueblo. En la casa

Luego de la escena sucedida en el camino, aparece ante nosotros un segundo cuadro (vv. 28-35). Aquí ya no estamos más en el camino, sino en el pueblo donde los dos se dirigían. Los discípulos hacen una invitación al peregrino: epytamina orendive. Mientras los caminantes se avecinan al pueblo, el forastero se comporta como si quisiese seguir por otro camino. En la primera parte, Jesús había caminado con ellos, se había puesto junto a ellos. Ahora Jesús se convierte en aquel que guía, que abre el camino, que va más allá. Y aquí tiene lugar la petición y a la que sigue la respuesta: “Él entró y se quedó con ellos”. Jesús se queda con ellos y así su presencia genera comunión, hace cambiar las cosas a los que venían discutiendo por el camino.

Entonces, entran con él y mientras están alrededor de la mesa Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio (cf. v.30). Es el gesto que permite reconocerlo. Estamos ante el compartir por excelencia: mientras estaban a la mesa, Jesús toma el pan y lo bendice. La bendición es la piedra angular de la comprensión de la vida de Jesús y de la vida comunitaria de los discípulos porque esta bendición se convierte en eucaristía, acción de gracias. Los discípulos finalmente lo reconocen, pero él desaparece de su vista. Quedan solamente las escrituras y el gesto de la eucaristía. Él está, pero queda invisible: se le puede encontrar solamente rumiando las escrituras y en el signo del pan compartido.

Sentémonos a la mesa con Jesús. Invitémosle a que sea parte de nuestras vidas que no solo camina, sino que también necesita de espacios de descanso, donde alrededor de la mesa se nutre de su presencia para seguir caminando. 

 

En la comunidad. Con los hermanos

Los discípulos reflexionan sobre lo acontecido: “¿Acaso no ardían nuestros corazones cuando nos explicaba las Escrituras?” y regresan a la fuente: a Jerusalén, donde está la comunidad del resucitado. Ahora no hay más necesidad de buscar otras cosas; se necesita volver al mismo lugar, pero vivir de otra manera, con la certeza de que Él es el viviente, aunque esté invisible. En Jerusalén se reencuentran con el sentido del estar junto a él y junto a los otros.

Nuestra fe pascual necesita ser vivida con otros. Aunque caminemos “discutiendo” por las diferencias que tengamos, no dejemos de escuchar al “peregrino” que se suma a nuestros pasos. Cuando él nos regala su palabra y la eucaristía nos llama constantemente a vivir la vida junto a los hermanos, volviendo a Jerusalén y permaneciendo unidos.

 

EPYTAMINA ORENDIVE, ANGIRÛ

Epytamina orendive, cuando vamos de camino, sin aliento, y nos va arrastrando el desánimo, la corriente de nuestros miedos, de las desilusiones.

Epytamina orendive, en nuestras discusiones sin sentido, allí precisamente cuando querramos huir, escapar.

Epytamina orendive, peregrino, y recuérdanos tus palabras, las impresas en la Biblia, las palabras que cada día nos dices a través de nuestras familias, amigos, de la creación.

Epytamina orendive, para que sepamos ser compasivos con el forastero, con el otro, y celebrar juntos, en la calidez de nuestras casas, tu amor entregado, libre, descalzo y resucitado.

Y que al descubrirte, en el “pan partido y compartido”, seamos también testigos de tanto amor, ante un mundo que necesita de vos.

EPYTAMINA ORENDIVE, ANGIRÛ

(Oración de Pablo de María)

 

 

(1) Cf. M. Grilli, L’opera di Luca. 1. Il Vangelo del viandante, Bologna, EDB, 2012, 141-146.