Noticias

Año dedicado a la Palabra de Dios
EL SACERDOCIO DE LA NUEVA ALIANZA

Por: Pbro. Dr. César Nery Villagra Cantero

 

La concepción del sacerdocio cristiano difiere del antiguo sacerdocio veterotestamentario. De hecho, el sacerdocio de la Nueva Alianza ya no está reservado, como en Israel, a una categoría de personas sino abierto a todos; sacerdocio en el que se participa de dos maneras: el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial, ambos relacionados entre sí.

El sacerdocio antiguo era ritual, externo y convencional. Cristo ha venido a sustituirlo con el culto personal, existencial y real. El culto antiguo suponía una santificación negativa, basada en separaciones rituales. Cristo nos presenta una santificación positiva, obtenida en la vida concreta mediante una dinámica de comunión. En el culto antiguo todo era separación: separación entre pueblo y sacerdote (el pueblo no podía entrar en el santuario, sólo el sumo sacerdote estaba autorizado a hacerlo); separación entre sacerdote y víctima (el sacerdote no podía ofrecerse a sí mismo, ya que, como pecador, no era ni digno ni capaz; por otra parte, la víctima no podía santificar realmente al sacerdote, dado que la sangre de un animal no puede purificar la conciencia de un hombre); separación entre víctima y Dios (un animal no podía llegar a una auténtica comunión con Dios). Con su ofrenda, Cristo ha abolido todas las separaciones: la separación entre sacerdote y víctima y entre culto y vida, porque se ha ofrecido a sí mismo; la separación entre víctima y Dios, porque en su humanidad ha cumplido perfectamente la voluntad de Dios; la separación entre sacerdote y pueblo, porque ha tomado sobre sí los pecados del pueblo[1].

Esta abolición de todas las separaciones cambia radicalmente la situación religiosa de los hombres: Cristo, al hacer posible la comunión de todos con Dios y al lograr la perfecta comunión entre todos en Dios, consigue constituir el fundamento del sacerdocio común  de toda la Iglesia. En efecto, desde el momento en que han sido abolidas las separaciones, todos los creyentes se hacen partícipes del sacerdocio de Cristo, son elevados a la dignidad sacerdotal. Ahora todos los creyentes pueden acercarse a Dios sin miedo; todos tienen ese derecho, que antiguamente solo estaba reservado al sumo sacerdote. Es más, tienen un privilegio aún mayor: el sumo sacerdote no podía entrar en el santuario en cualquier momento, sino solo una vez al año, el día de Kippur (cf. Lv 16,2; Hb 9,7); los cristianos, en cambio, no están sometidos a ninguna restricción de este tipo; para ellos la entrada al santuario siempre está abierta (cf. Rm 5,1-2). Gracias a la sangre de Jesús los cristianos tienen libre acceso a Dios (Hb 10,19-20; Ef 2,18)[2].

El acceso a Dios, mediante la sangre de Jesús, genera una comunión universal; pues esta comunión ya no está reservada a un pueblo privilegiado, sino que está abierta a todos (Ef 3,12). Por tanto, ya no hay ninguna barrera: todos pueden acercarse a Dios en cualquier momento; todos gozan de la libertad de los hijos de Dios y tienen derecho de acercarse libremente al Padre. Sobre este punto no hay ninguna diferencia entre los cristianos; los sacerdotes no se distinguen de los seglares[3].

Lo que Jeremías profetizaba para la nueva alianza, es decir, el hecho de que todos tendrían una relación personal, íntima con Dios (31,34), se ha realizado ahora gracias a la ofrenda de Cristo (cf. 1 Jn 2,27, 5,20; 1 Tes 4,9). Acceder a Dios ya no es el privilegio de un pequeño grupo. El sacrificio de Cristo ha sido no solamente un acto de obediencia filial hacia Dios, sino también un acto de misericordia, de solidaridad con los hombres, hasta la muerte. Asimismo, los sacrificios de los cristianos tienen que consistir en una vida de caridad[4]:

 

            “No os olvidéis de hacer el bien y de ayudaros (en griego: koinonía) mutuamente, porque en tales sacrificios se complace Dios” (Hb 13,16).

 

_____________________

 

[1] Cf. A. VANHOYE, Sacerdotes antiguos, Sacerdote nuevo según el Nuevo Testamento, Sígueme, Salamanca 2002, 231-232. Cf., además, A. VANHOYE, Vivir en la nueva alianza, PPC, Madrid 1995, 238-240. 275-276.

[2] Cf. A. VANHOYE, Sacerdotes antiguos, Sacerdote nuevo, 232; Cf., además, A. VANHOYE, Vivir en la nueva alianza, 276-277.

[3] Cf. A. VANHOYE, Sacerdotes antiguos, Sacerdote nuevo, 232-233. Cf., además, A. VANHOYE, Vivir en la nueva alianza, 277-278.

[4] Cf. A. VANHOYE, Vivir en la nueva alianza, 278-280.