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Recursos para las homilías
DOMINGO 3° DE CUARESMA

Por: P. Denis Báez Romero, SDB

 

Invocamos juntos al Espíritu Santo, para que nos ayude a hacer este momento de meditación orante...

¡Oh Dios!, Tú, que eres el agua viva, sáciame, porque mi alma tiene sed de Ti. Llena de amor mi corazón y haz brotar en él la frescura de tu espíritu. Señor, Tú que eres el Maestro de vida y esperanza, dame de beber el agua viva que brota de tu fuente y fortalece mi fe para que no sienta fatiga. Tú que eres la salvación, dirige mis pasos y muéstrame el camino de la verdad para que obre con entrega y generosidad, hasta que llegue a tu encuentro.

Leemos el Evangelio: Juan 4,5-42

 

Meditamos juntos:

Queridos amigos: Estamos en el tercer Domingo de Cuaresma. En las comunidades cristianas de los orígenes, se realizaba durante la cuaresma un camino de fe para preparar el bautismo de los catecúmenos. El evangelio de este domingo está iluminado con una perspectiva catequística. El nuevo bautizado se introducía en la comunidad cristiana en la noche de Pascua.

 

En este recorrido que estamos realizando, debido a la amplitud del texto, vamos a señalar solo algunos elementos de la profesión de fe, que nos pueden servir en este camino, dejando entre paréntesis otros temas igualmente interesantes.

En la lectura se describe el diálogo entre Jesús y la samaritana, quienes se encuentran junto al pozo de Sicar, lugar en el que fluye un manantial. Encontramos a un Jesús débil, frágil, cansado por el camino y el calor, sentado en el brocal del pozo, acompañado de sus discípulos y con las necesidades biológicas de todos los humanos: Jesús tiene sed y tiene hambre.

En la búsqueda de Dios, muchas veces experimentamos resistencias. La mujer tenía sed y tenía problemas. También para nosotros implica un riesgo desconocer el proyecto de Dios en nuestras vidas, intentando muchas veces bloquear nuestro mundo interior al encuentro personal con el Mesías.

Jesús comienza la dinámica del diálogo e invita a esta mujer a buscar en su espacio interior: “Dame de beber”. La mujer se preocupa de sus cosas; ella debe buscar “otra agua”, dar un horizonte nuevo a su vida. Debe buscar otra novedad, una visión eterna a su existencia. Jesús siempre puede renovarnos; también puede romper esos esquemas frágiles en los que a menudo nos encerramos. No debemos desperdiciar, evadir o dejar secar este manantial que es nuestra vida; estamos llamados a tener siempre sed de eternidad: «El agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para la vida eterna».

El don de Dios es la misma persona de Jesús. Ese don debe ser interiorizado, pues es dinámico. Como a la samaritana, el Señor nos invita a comprender el camino recorrido, un camino que exige un cambio, una conversión, un reconocimiento de nuestra propia situación, que nos permitirá llegar a la vida eterna. Por lo tanto, el don implica un camino progresivo de reconocimiento interior de su persona, como lo hizo la mujer de Samaría: lo aceptó en primer lugar como judío; en segundo lugar, como profeta; y finalmente, como Mesías.

Dejar el cántaro a los pies de Jesús significa beber de la fuente de su Palabra interiorizada, confesar nuestra fragilidad humana, proclamar la noticia gozosa de que Él ha tocado nuestras vidas. Es celebrar el don que se nos ofrece a través de la fe vivida.

Los samaritanos llegan a la fe por medio del anuncio de la Palabra de aquella mujer de su pueblo: ella ha hecho la experiencia del don de Aquel que se entrega por nosotros. Por eso los invita a que hagan también ellos la experiencia directa de este salvador que, al tocar su vida, la ha cambiado totalmente. Al igual que esa mujer, estamos invitados a hacer nosotros la misma experiencia y beber del manantial, para que podamos confesar, proclamar y anunciar el don maravilloso que fluye de aquella agua.

 

Vivencia cotidiana

¿Encontramos en el Señor esa agua pura y cristalina que sacia nuestra sed, sobre todo en los momentos de crisis? ¿Seguimos buscando otras aguas en pozos equivocados? En las horas difíciles, ¿ponemos en esta agua nuestra esperanza? ¿Cuáles son los signos en los que podemos reconocer que hemos dejado el cántaro a los pies del Maestro?